HERENCIA O APRENDIZAJE

HERENCIA O APRENDIZAJE

 Por Dra. Patricia García Mora 

Terapeuta Familiar en Supera 

Con frecuencia se ha observado cómo la gente argumenta, e incluso justifica, la forma de comportarse y actuar de un niño debido a la herencia. Se dice que el hijo es como es porque así era el padre, la madre o la abuela, e incluso a veces se encuentran justificaciones en conductas emitidas por parientes como tíos u otros. Justificar una forma de ser o actuar por la herencia implica la existencia de una predeterminación en la que la intervención educativa que llevemos a cabo tiene pocas posibilidades de cambio, por lo que nos dejaremos llevar fácilmente por la pasividad. Esto es un grave error. Este modo de justificar los comportamientos menosprecia el papel que tiene la educación, el aprendizaje de conductas adecuadas y la adquisición de hábitos aceptados socialmente.

Cierto es que el temperamento se hereda, pero no así el carácter y es donde debemos intervenir como adultos encargados de la formación de los niños. Al margen de la importancia y el peso de los factores genéticos o heredados, el ser humano no depende exclusivamente de ellos, sino del contexto o condiciones en las que vive. Tanto nuestra forma de actuar como de ser están influenciadas por el ambiente en el que vivimos o hemos vivido, donde se aprenden las conductas, pudiendo cambiar aquellas que se consideran inadecuadas y adquirir aquellas otras que, siendo necesarias, aún no sabemos realizar.

En primer lugar, los padres vamos a condicionar su ambiente organizando su modo de vida, sus relaciones y las experiencias que les ofrecemos. Pero además, vamos a darles modelos de comportamiento de los que aprenderán nuevas conductas. Por ejemplo, los padres no queremos que nuestro hijo sea excluido en relaciones sociales por lo que en forma verbal le hacemos recomendaciones sobre los comportamientos correctos: «No debes portarte así. Cuando te hablen, debes contestar y mirar a la cara. No se debe hablar gritando, etc.» Pero si cuando nos enojamos nos negamos a hablar con él durante un tiempo, le gritamos y no escuchamos cuando intenta dirigirse a nosotros es probable que el niño comience a comportarse igual cuando está jugando con sus amigos. Más que lo que le hemos dicho él aprenderá de cómo nos comportamos.

En realidad, aunque recibe los mensajes a nivel oral, hay una incongruencia con los mensajes ambientales que le llegan, con mucha más fuerza y más impactantes. Es decir, no llegará a realizar comportamientos que no ve en su entorno aunque se lo digamos de forma repetida. El ser conscientes de este hecho, nos lleva a que exista mayor coherencia entre lo que decimos y hacemos. Debemos mantener comportamientos coherentes con la conducta que queramos enseñarle.  

A lo largo del día el niño recibe constantes respuestas y mensajes que hacen que su conducta persista, aumente, disminuya o desaparezca en función de ellos. Si pensamos en nuestras propias experiencias pasadas y observamos a nuestro alrededor podremos encontrar algunas conductas que le están diciendo mucho al niño sobre cómo se debe vivir. Por ejemplo si le decimos que no se debe gritar y nos escucha haciéndolo; si le decimos que hay palabras que no se deben decir y se da cuenta que las usamos; si le decimos que es malo mentir pero le decimos que le diga a alguien que nos busca que no estamos, etc.

Es muy importante saber que hay leyes que operan en las conductas, como las siguientes:

  • Si a una conducta le sigue cualquier cosa que nos agrade o interese es más probable que se repita en el futuro. Si al gritar se logra obtener la atención deseada, por ejemplo, lo más probable es que se aprenda a gritar para obtener lo que se quiere.
  • Si una conducta no tiene recompensa probablemente desaparezca. A veces cuando los niños se comportan adecuadamente los padres no decimos nada, pero lo hacemos…y mucho, cuando se comportan incorrectamente, por lo que aprenderán aquella conducta que es atendida y la que no lo es desaparecerá.
  • En determinadas condiciones, si la conducta va seguida de una consecuencia desagradable, tenderá a desaparecer. Teniendo en cuenta lo expuesto hasta el momento, si se desea que el hijo realice con mayor frecuencia una determinada conducta será más fácil de conseguir si recibe un refuerzo positivo tras su realización. Por ejemplo, si queremos que adquiera el hábito de recoger su ropa, el hecho de que premiemos o reforcemos positivamente esta conducta hará que más adelante lo haga de forma habitual.

Como refuerzo positivo podemos utilizar todo aquello que guste o resulte agradable para el niño. Cada niño es distinto y tiene unos gustos determinados, por lo que debemos asegurarnos que el refuerzo elegido realmente le va a gustar. Para la mayoría de los niños prestarles atención, alabarles, sonreírles, dejar que realicen sus actividades preferidas son muy buenos reforzadores.Es muy importante entender que el uso de refuerzos positivos no consiste en premiar y darle constantemente cosas. Se trata de que descubra qué conductas son adecuadas y para ello, necesita consecuencias coherentes, es decir, una consecuencia positiva sigue a una conducta deseable. Es preferible que los refuerzos se planteen como consecuencias naturales a sus conductas.            

Una forma de evitar que la situación formativa se convierta en un chantaje es no utilizar nunca el término condicional para iniciar una frase donde se ofrezca una recompensa. Es decir, eliminar esas formas de: «Si haces esto, obtendrás esto otro». En su lugar, podemos comentar por ejemplo: «Verás la TV cuando termines de recoger el cuarto». «Comerás postre cuando termines tu guisado». Recuerde que cuando queramos que aumente una determinada conducta el esfuerzo siempre debe darse inmediatamente después de la misma, nunca antes; finalmente:

  • Es importante no acostumbrar a los niños a recibir recompensas a cambio de nada, ya que sin su presencia hará que no aumente la conducta esperada.
  • Es conveniente variar los tipos de refuerzo porque los niños pueden habituarse o cansarse de él, y dejar de ser efectivo.
  • Los reforzadores deben ser proporcionales a la importancia y dificultad de la conducta que se vaya a premiar.
  • Recordar que las recompensas no deben ser siempre de tipo material. Una simple alabanza puede ser, en un momento determinado, más potente que cualquier regalo.