ENSEÑANDO EL AMOR A LA VERDAD
Por Dra. Patricia García Mora
Terapeuta Familiar en Supera
La sinceridad es un valor apreciado por todos. Los padres desean que sus hijos sean sinceros en todo momento . Sin embargo, al igual que todos los valores, volvemos a la situación de que los valores se aprenden a través de modelos. Existe una frase escuchada por muchos, que no se ha atribuido a un autor en especial, que dice: “ Tus hechos gritan tanto que no me dejan escuchar lo que tus palabras dicen”. Esto es una verdad irrefutable. Los hechos dicen más que las palabras. Por ello, si se desean hijos que practiquen la sinceridad, deben vivir en un ambiente en donde ese valor se practique.
La sinceridad se va sembrando con el paso del tiempo. No es necesario esperar a que los hijos empiecen a mentir, para decidir que es el momento de empezar a trabajar en ella. Es importante pensar de manera positiva y no creer que hablar de sinceridad es el combate a las mentiras y los engaños, sino que es el amor a la verdad.
Los especialistas en el estudio de la infancia afirman que el niño se encuentra especialmente apto para ser educado en el valor de la sinceridad a partir de los seis o siete años; esto no significa que en los años anteriores se pueda vivir alejado de la verdad.
La mejor manera de iniciarse en esta formación es hacer a los niños concientes de los beneficios que se obtienen cuando se observa la verdad en todo. Lo importante es que el niño entienda que decir la verdad es siempre bueno, aún cuando el hacerlo traiga consigo algunas consecuencias desagradables. Debe conocer que la verdad es la base de la confianza y que sin ella no se puede construir nada agradable.
Los niños deben ir aprendiendo el lazo que existe entre la verdad, la libertad y la confianza. Si , en la medida que ellos vivan de acuerdo a la verdad, van obteniendo más libertad y mayor confianza, el valor de la sinceridad encontrará tierra fértil para ir creciendo.
Por ejemplo, si el niño llega a casa y comenta que ha aprendido a patinar en el hogar de algún amigo, los padres pueden comprarle unos patines y permitirle patinar en algún lugar seguro cada vez que él lo desee. Si se le dan muestras de preocupación e incluso regaños por hacer algo que a los padres no les parece adecuado, el niño empezará a ocultar la verdad. Nótese que no es precisamente mentir, sino ocultar la verdad. Las mentiras surgen después que el niño ha constatado en repetidas ocasiones que el decir lo que sucede puede traer consecuencias fatales en casa.
La formación de la sinceridad implica crear un ambiente de confianza total, en donde los niños pueden llegar a contar sin temor a sus padres cualquier cosa que hayan visto o vivido. Esta libertad de poder llegar y hablar con los padres, incluso cuando sientan que han cometido alguna falta, permite que se de una formación adecuada para la personalidad del hijo.
Cuando se pierde la libertad para expresarse en casa, es cuando surge el hábito de mentir y el amor a la verdad se va esfumando.
Este valor de la sinceridad no solo es de gran beneficio en el hogar, sino fuera de él. Las relaciones interpersonales se estrechan con las personas que se consideran sinceras y se alejan cuando se observa que faltan a la verdad. De esta manera, los niños que practican esta virtud serán siempre seres rodeados de amistades y sabrán escoger a sus amigos sin mucha dificultad. Además, rechazarán el trato de personas que no son sinceras y tendrán la oportunidad de desarrollarse con un adecuado manejo de su libertad.
Durante el desarrollo del niño, es importante que cuando se le observe que ha faltado a la verdad, se hable con él sin grandes sermones. Todo lo que se está aprendiendo tiene un margen de error y el valor de la sinceridad no es la excepción. Los niños , en algún momento dirán alguna mentira y es importante hacerle saber que eso no es correcto, pero sin alterarse y sobre todo sin ponerle la etiqueta de mentiroso. El niño habrá dicho una mentira pero no es un mentiroso. Si se le cataloga de esa manera con frecuencia, lo más probable es que termine siéndolo de verdad en poco tiempo. Finalmente si eso se cree de él, eso habrá de ser.
Otra situación que debe tomarse en cuenta es que no existen mentiras de diferentes calibres. Se pretende dar un peso a las expresiones ausentes de la verdad, pero lo único cierto es que o se dice verdad o se dice mentira. No existen verdades o mentiras a medias. Tampoco las llamadas “mentiras blancas” son sanas en esta etapa de formación.
El niño no sabrá sopesar cuáles mentiras puedes ser mejores que otras de acuerdo a la situación; ni cuáles son más o menos graves por las consecuencias que pueden acarrear. Si ellos se dan cuenta que a veces se puede decir la verdad y a veces no, ellos mismos irán decidiendo cuándo contar mentiras y cuándo decir la verdad. Con esto se harán hábiles en el manejo de la verdad y la mentira, pero no estarán practicando el valor de la sinceridad.
Como se dijo al inicio, todos los padres desean hijos sinceros. Ello implica serlo primero. Ser sincero significa amar la verdad y al amarla, la mentira no puede presentarse bajo ninguna forma. Esto no es fácil de conseguir, pero vale la pena el fomentar esta virtud, porque en ella se encuentran la verdadera libertad de ser y la confianza en sí mismo y en los demás.